Planes cancelados
Derrotados, la Sra. Adams y yo nos apoyamos en la valla, observando el extraño espectáculo. El atasco había empeorado, obligándome a cancelar la entrega de suministros que había programado. Pesada por la desesperación, sabía que cada retraso era algo más que un inconveniente: ponía en peligro la salud de mi granja. Aquella noche, tras despedirme de la Sra. Adams, estaba decidido a pasar a la acción. Ya era suficiente.

Planes cancelados
La risa de los conductores
Aquel mismo día, de pie en el borde de mi campo, observé cómo pasaban a toda velocidad numerosos automóviles, sonriendo como si acabaran de salir pronto del colegio. Se me hizo un nudo en el estómago. Su diversión era a costa de mi duro trabajo y dedicación. Con cada risita que pasaba, mi determinación se fortalecía. Me volví hacia la casa, con mis planes de cambio tomando forma.

La risa del conductor